Bladimiro Centeno Herrera
El cuento, como género literario en el Perú, ha adquirido autonomía recién en la primera mitad del siglo veinte. “Ushanan-jampi”, “La Granja Blanca”, “El alfiler” y “El Caballero Carmelo” son las primeras obras clásicas que han propiciado la gran diversidad y calidad estética que actualmente exhibe el cuento peruano.
En las regiones, el cultivo de este género se inició muy tardíamente. El cuento puneño, desde una perspectiva panorámica, se constituye con Luís Gallegos, Jorge Flores-Aybar y Feliciano Padilla. Se consolida con Elard Serruto, Adrián Cáceres y otros que publicaron algunos títulos sueltos. Pero toda esta muestra narrativa todavía permanece bajo la influencia del indigenismo idílico y el cosmopolitismo imitativo que se traducen en el excesivo anecdotismo, precariedad argumental, personajes esquemáticos y limitado dominio del lenguaje narrativo.
En estas condiciones, Juan Carlos Ortiz (Puno, 1970), con la publicación del libro de cuentos Bajo la Lluvia (Lago Sagrado Editores, 2009), marca una ruptura estética en el contexto del cuento puneño. La lectura de los nueve títulos que conforman la obra ofrece una sorpresa muy gratificante en la medida en que el autor estructura en los cuentos una visión poco habitual del mundo andino, incorpora personajes inmigrantes del altiplano puneño en la región de Arequipa e introduce un lenguaje narrativo sobrio, mesurado y simbólico.
El cuento titulado “Número” presenta una situación militar en la que los personajes viven envueltos por una atmósfera de violencia andina y estructura militar bastante jerárquica. La historia relata la persecución nocturna que emprenden el Sargento Alanoca y el Suboficial Apaza (bajo las órdenes del Teniente Rodríguez) para capturar a un recluta que acaba de desertar del cuartel. La travesía se realiza bajo el azote de la lluvia, el temor de ser emboscados por los terroristas y el riesgo de vida que implica transitar de noche en el altiplano puneño.
En “Tres renglones y una equis”, los guardias civiles de un puesto policial (ubicado en un lugar del altiplano puneño) escuchan noche tras noche ciertos ruidos en la oficina principal del mismo, interrumpiendo sus sueños, activando temores y especulando las posibles causas reales (incursión de un ladrón) o imaginarias (almas en pena de policías fallecidos) que pudieran ocasionar esos ruidos nocturnos, hasta que por fin se enfrentan con el agente de esos hechos fantasmagóricos.
En “Conversación de la lluvia” compartimos el monólogo de un niño en edad escolar que experimenta la soledad hogareña, la nostalgia por la ausencia de otros niños con quienes compartía los juegos infantiles, la soledad del pueblo por las sucesivas migraciones, mientras la lluvia azota los techos de las casas abandonadas y fantasmales.
En “Regreso”, como una contraparte al cuento anterior, Nicanor retorna al pueblo de Zepita con el fin de encontrarse con su madre que está a punto de morir (según las noticias de su hermana) y, en el trayecto, realiza un retorno espiritual a sus orígenes, como una forma de compensar las constantes ausencias, nostalgias y desarraigos que ha sufrido en la ciudad de Tacna. Sin embargo, este color claro de sus recuerdos infantiles termina convertido en el color oscuro de la muerte anticipada de su madre.
En “Confesión”, Alfonso, mientras se distrae con el voyeurismo de una bañista en un edificio, para no llegar temprano a la casa donde se encuentra Irene, su mujer, reflexiona sobre el vacío del amor, el desgaste del placer y el deterioro de aquellas emociones juveniles, rituales hogareños y atracciones de sensualidad de las primeras épocas de matrimonio.
En “cumpleaños”, Milagritos, una niña inocente de pocos años asiste al deterioro moral de su joven madre, Sandra, de apenas veinticuatro años, que ha sufrido un fracaso amoroso, ausencia de familiares de la misma y las carencias económicas que la obligaron a disipar su vida, convirtiendo a la niña en víctima de los sentimientos de frustración de la madre.
En “Viviendo con Pati”, el narrador indaga sobre el sentido del amor, la naturaleza de su relación con Pati, mientras ella se ausenta por el fin de semana y él experimenta la prisión de sus deseos, en ciertos locales nocturnos junto a mujeres exóticas, convirtiendo la incursión nocturna, en su estado de embriaguez, en un viaje fantasmagórico.
En “Tarde de sábado”, Javier, sentado en un parque, contempla algunas escenas afectivas entre las distintas parejas, mientras trata de suprimir sus frustraciones maritales con Pati, como producto de la pobreza, violencia machista y caos hogareño. El cuento activa motivos tales como la ausencia, soledad e incomunicación, en un ambiente urbano opresivo, nada idílico, donde el deseo de libertad está oprimido por la desidia insustancial de la vida cotidiana.
Y, en “Bajo la lluvia”, Alberto y el narrador, dos jóvenes universitarios en una ciudad distante de la suya, que conservan cierta complicidad vital con el fin de sobrevivir a las carencias, soledades y desarraigos, emprenden una pequeña aventura por la ciudad para proveerse de alimentos a través de algunos parientes o conocidos y buscar mujeres como una manera de olvidar los problemas individuales en un país convulso.
Estos títulos están ordenados desde aquellos que enfatizan el ambiente social hasta los que profundizan la problemática individual. Los cuatro primeros cuentos dan relevancia a la problemática social de los habitantes andinos que ponen en tensión sus propias condiciones de vida. Los cinco siguientes indagan sobre la problemática individual de los inmigrantes del altiplano puneño en la ciudad de Arequipa, sumidos en el desarraigo familiar, sentimientos de soledad y desintegración del ser.
En ese sentido, Juan Carlos Ortiz pretende ofrecer un nuevo retrato del hombre andino. Los argumentos, aparentemente, son bastantes simples. Pero estas simplicidades constituyen verdaderas puntas de iceberg de situaciones sociales mucho más complejas y tensas.
Los personajes están caracterizados como seres condenados a la carencia, ausencia, nostalgia, desarraigo y deterioro moral como producto de las migraciones que ha sufrido el hombre andino moderno. Y viven una permanente desintegración del ser como consecuencia de la constante opresión del ambiente social que reduce las libertades individuales.
Como gran asiduo lector de los cuentos de Hemingway y Bellow, y amante del cine europeo, elabora historias cotidianas que poseen un alto grado de simbolismo, profunda dimensión humana y construye ambientes desde una perspectiva cromática donde los colores adquieren un valor metafórico.
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Articulo tomado del diario “Los Andes”, de abril 2009.
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