miércoles, 23 de julio de 2014

Siguiendo a Gabo



Por: Juan Carlos Ortiz Z.

Uno de los primeros libros que leí de Gabriel García Márquez fue “Ojos de perro azul”, un libro de cuentos que me deslumbró e hizo que siguiera a Gabo en mis primeros años de estudiante de literatura, en la universidad. Desde entonces, los que gustábamos de su prosa mágica (muchos), de extraordinario lenguaje, buscábamos sus libros en las aceras de la ciudad, o en los locales de venta de libros de segunda. En esos años las copias piratas o no existían o recién iniciaban, de modo que podían encontrarse libros originales. De no ser el caso, leíamos a Gabo en las bibliotecas públicas de la ciudad, o en las de la facultad, o por préstamos de los amigos que tenían los libros del escritor colombiano en sus hogares.
En algunos casos hacíamos el esfuerzo de comprar ejemplares nuevos en alguna librería, temerosos de ocasionar un desequilibrio en el presupuesto mensual de estudiantes. Así compré “El olor de la guayaba”, lo recuerdo, en una pequeña librería del centro de la ciudad, a unos pasos de Mercaderes.
En “Ojos de perro azul”, pude aprender las frases cortas y contundentes con que inician sus cuentos. “Sin saber por qué, despertó sobresaltado”, por ejemplo, o, “Entonces me miró”, también, “Nabo estaba de bruces, sobre la hierba muerta”. Luego vino “El coronel no tiene quien le escriba” y “Crónica de una muerte anunciada”.
En “El olor de la guayaba” de Plinio Apuleyo, me arrojé con ganas y ansias sobre las revelaciones que tendría por hacer García Márquez, en cuanto al cómo había escrito sus libros, y al arte de escribir en general. En esa entrevista habla de los autores de los que aprendió, y los que le gustaron, entre otros temas. Quizá sea la razón por la que poco tiempo después, leí a Grahan Greene. Gabo dice de este autor, que le había enseñado bastante en cuanto a técnica narrativa. La verdad disfruté mucho “El americano impasible”.
Luego de leer “Cien años de soledad”, en el patio de Filosofía y Humanidades de la universidad San Agustín, nos la pasamos con los amigos y compañeros de clase, varias semanas hablando de esta novela que desafía la realidad. Sus imágenes que parecen sacadas del cine más fantástico, pero sin dejar la base real de la que Gabo parte, nos causaba asombro, más el que estuviera en un libro reconocido mundialmente, cuyo autor era un premio nobel, nada menos. El asombro provenía de la comparación con el resto de literatura leída hasta “Cien años de soledad”, una literatura realista casi en su totalidad.
De las primeras lecturas de la obra de este estupendo escritor, recuerdo haberme dado un tiempo para transcribir en mi pequeña maquina Olivetti, las mejores frases, las más extraordinarias, en todo caso las que más me atrajeron. Habré transcrito aquellas en una media docena de páginas, que luego se me perdieron en una mudanza. Pues un lenguaje como el que tuvo García Márquez, seduce a los que gustamos de la literatura, como un hechizo infalible.
La novela que más me deslumbró de este escritor, fue “El otoño del patriarca”, libro de una prosa sin fisuras. En mi época de estudiante, por supuesto, no tenía el libro en casa, de modo que debí leerlo de prestado, pues el ejemplar que ahora poseo en mi biblioteca, de tapas duras, lo compré sin dudarlo en original, hace unos años apenas, en una librería de viejo, y en una editorial poco conocida, al menos para mí: “Plaza y Janes, S.A.”.
Los últimos libros de García Márquez con los cuales tuve contacto como lector, fueron: “Doce cuentos peregrinos”, que debe ser una lectura de fines del siglo anterior, y del reciente, a principios, “La bendita manía de contar”, del taller de cine que condujo para la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba.
Ahora dejo los recuerdos sobre Gabo, pues un pálpito repentino, en esta media mañana, me indica que debo ir al jardín de flores coloridas que mi esposa ha conformado en la terraza de la casa. Algo me dice que unas mariposas amarillas danzan alegres entre y sobre los maceteros. Debo ir a ver me digo, y me dirijo allá con un vallenato alegre en la memoria, que empiezo a tararear contento.


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Texto publicado en el diario Los andes el 01 jun 2014