lunes, 4 de abril de 2011

DIARIO DE LECTURA: Bajo la Lluvia de Juan Carlos Ortiz

LITERATURA


Bladimiro Centeno Herrera

El cuento, como género literario en el Perú, ha adquirido autonomía recién en la primera mitad del siglo veinte. “Ushanan-jampi”, “La Granja Blanca”, “El alfiler” y “El Caballero Carmelo” son las primeras obras clásicas que han propiciado la gran diversidad y calidad estética que actualmente exhibe el cuento peruano.
En las regiones, el cultivo de este género se inició muy tardíamente. El cuento puneño, desde una perspectiva panorámica, se constituye con Luís Gallegos, Jorge Flores-Aybar y Feliciano Padilla. Se consolida con Elard Serruto, Adrián Cáceres y otros que publicaron algunos títulos sueltos. Pero toda esta muestra narrativa todavía permanece bajo la influencia del indigenismo idílico y el cosmopolitismo imitativo que se traducen en el excesivo anecdotismo, precariedad argumental, personajes esquemáticos y limitado dominio del lenguaje narrativo.
En estas condiciones, Juan Carlos Ortiz (Puno, 1970), con la publicación del libro de cuentos Bajo la Lluvia (Lago Sagrado Editores, 2009), marca una ruptura estética en el contexto del cuento puneño. La lectura de los nueve títulos que conforman la obra ofrece una sorpresa muy gratificante en la medida en que el autor estructura en los cuentos una visión poco habitual del mundo andino, incorpora personajes inmigrantes del altiplano puneño en la región de Arequipa e introduce un lenguaje narrativo sobrio, mesurado y simbólico.
El cuento titulado “Número” presenta una situación militar en la que los personajes viven envueltos por una atmósfera de violencia andina y estructura militar bastante jerárquica. La historia relata la persecución nocturna que emprenden el Sargento Alanoca y el Suboficial Apaza (bajo las órdenes del Teniente Rodríguez) para capturar a un recluta que acaba de desertar del cuartel. La travesía se realiza bajo el azote de la lluvia, el temor de ser emboscados por los terroristas y el riesgo de vida que implica transitar de noche en el altiplano puneño.
En “Tres renglones y una equis”, los guardias civiles de un puesto policial (ubicado en un lugar del altiplano puneño) escuchan noche tras noche ciertos ruidos en la oficina principal del mismo, interrumpiendo sus sueños, activando temores y especulando las posibles causas reales (incursión de un ladrón) o imaginarias (almas en pena de policías fallecidos) que pudieran ocasionar esos ruidos nocturnos, hasta que por fin se enfrentan con el agente de esos hechos fantasmagóricos.
En “Conversación de la lluvia” compartimos el monólogo de un niño en edad escolar que experimenta la soledad hogareña, la nostalgia por la ausencia de otros niños con quienes compartía los juegos infantiles, la soledad del pueblo por las sucesivas migraciones, mientras la lluvia azota los techos de las casas abandonadas y fantasmales.
En “Regreso”, como una contraparte al cuento anterior, Nicanor retorna al pueblo de Zepita con el fin de encontrarse con su madre que está a punto de morir (según las noticias de su hermana) y, en el trayecto, realiza un retorno espiritual a sus orígenes, como una forma de compensar las constantes ausencias, nostalgias y desarraigos que ha sufrido en la ciudad de Tacna. Sin embargo, este color claro de sus recuerdos infantiles termina convertido en el color oscuro de la muerte anticipada de su madre.
En “Confesión”, Alfonso, mientras se distrae con el voyeurismo de una bañista en un edificio, para no llegar temprano a la casa donde se encuentra Irene, su mujer, reflexiona sobre el vacío del amor, el desgaste del placer y el deterioro de aquellas emociones juveniles, rituales hogareños y atracciones de sensualidad de las primeras épocas de matrimonio.
En “cumpleaños”, Milagritos, una niña inocente de pocos años asiste al deterioro moral de su joven madre, Sandra, de apenas veinticuatro años, que ha sufrido un fracaso amoroso, ausencia de familiares de la misma y las carencias económicas que la obligaron a disipar su vida, convirtiendo a la niña en víctima de los sentimientos de frustración de la madre.
En “Viviendo con Pati”, el narrador indaga sobre el sentido del amor, la naturaleza de su relación con Pati, mientras ella se ausenta por el fin de semana y él experimenta la prisión de sus deseos, en ciertos locales nocturnos junto a mujeres exóticas, convirtiendo la incursión nocturna, en su estado de embriaguez, en un viaje fantasmagórico.
En “Tarde de sábado”, Javier, sentado en un parque, contempla algunas escenas afectivas entre las distintas parejas, mientras trata de suprimir sus frustraciones maritales con Pati, como producto de la pobreza, violencia machista y caos hogareño. El cuento activa motivos tales como la ausencia, soledad e incomunicación, en un ambiente urbano opresivo, nada idílico, donde el deseo de libertad está oprimido por la desidia insustancial de la vida cotidiana.
Y, en “Bajo la lluvia”, Alberto y el narrador, dos jóvenes universitarios en una ciudad distante de la suya, que conservan cierta complicidad vital con el fin de sobrevivir a las carencias, soledades y desarraigos, emprenden una pequeña aventura por la ciudad para proveerse de alimentos a través de algunos parientes o conocidos y buscar mujeres como una manera de olvidar los problemas individuales en un país convulso.
Estos títulos están ordenados desde aquellos que enfatizan el ambiente social hasta los que profundizan la problemática individual. Los cuatro primeros cuentos dan relevancia a la problemática social de los habitantes andinos que ponen en tensión sus propias condiciones de vida. Los cinco siguientes indagan sobre la problemática individual de los inmigrantes del altiplano puneño en la ciudad de Arequipa, sumidos en el desarraigo familiar, sentimientos de soledad y desintegración del ser.
En ese sentido, Juan Carlos Ortiz pretende ofrecer un nuevo retrato del hombre andino. Los argumentos, aparentemente, son bastantes simples. Pero estas simplicidades constituyen verdaderas puntas de iceberg de situaciones sociales mucho más complejas y tensas.
Los personajes están caracterizados como seres condenados a la carencia, ausencia, nostalgia, desarraigo y deterioro moral como producto de las migraciones que ha sufrido el hombre andino moderno. Y viven una permanente desintegración del ser como consecuencia de la constante opresión del ambiente social que reduce las libertades individuales.
Como gran asiduo lector de los cuentos de Hemingway y Bellow, y amante del cine europeo, elabora historias cotidianas que poseen un alto grado de simbolismo, profunda dimensión humana y construye ambientes desde una perspectiva cromática donde los colores adquieren un valor metafórico.
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Articulo tomado del diario “Los Andes”, de abril 2009.

Bajo la lluvia, una aproximación

LITERATURA

Luis Pacho*

Con un total de nueve cuentos de diversa temática, el narrador puneño Juan Carlos Ortiz, publicó el año 2009 el libro de cuentos Bajo la lluvia con el auspicio del sello Lago Sagrado Editores. Ha transcurrido algo más de dos años, y el autor, a no dudarlo, se ubica entre los narradores más importantes de la última generación en Puno.
El primer cuento que leí de Juan Carlos titulaba Cumpleaños, publicado en la Revista Universitaria de literatura, arte y cultura de la UNA - Puno del año 2001. Este cuento, ahora inserto en el libro, desde mi modesto punto de vista, es uno de los mejor logrados, y que refleja de manera más cercana la crisis, el desasosiego y la tragedia humana, en el que la sociedad de hoy parece inevitablemente desandar.
Sabíamos del trabajo insular del autor, pero desde la publicación de aquél cuento, esperábamos un libro orgánico que se sume a creciente tradición narrativa que se gesta en Puno con escritores como Feliciano Padilla, Jorge Flórez, entre otros. Hasta que luego de algunos años, tenemos el libro orgánico.
Es verdad que el cuento nos acompaña desde la infancia. Desde cuando temerosos e ingenuos escuchábamos relatar a nuestros memorables abuelos todas aquellas historias que a veces nos emocionaba, nos inquie¬taba, nos alegraba, nos entretenía y algunos nos aterraban. Más adelante nos acompañaría en la escuela, con aquel clásico “Había una vez...”. El cuento es pues eso, relatar, contar, narrar; en el que uno o varios personajes desarrollan acciones simples o complejas entre sí. Demás está decir que estas acciones tienen que ser significativas. En ¬otras palabras, el tema tiene que ser interesante. Recordemos que la finalidad más antigua del cuento es la de entretener. Y entretener supone, coger por un tiempo el interés y la imaginación del lector y tenerlo atado a la intriga y al desenlace. Cualidades que el libro Bajo la lluvia guarda cuidadosamente.
A decir de Ricardo Sumalavia, se pueden distinguir tres vertientes de narración aplicables tanto a la novela como en el cuento de los noventa: 1) Los llamados “neorrealistas exacerbados”, con libros cuya preocupación era establecer, cuestionar y minar el nuevo espacio habitado por una juventud sin mayor norte que entregarse a las vicisitudes del momento. (Aquí se me viene la memoria aquel ya clásico Matacabros de Sergio Galarza, por ejemplo). 2) Los narradores que asumieron el reto de dar cuenta de la violencia subversiva e institucionalizada que atravesó el país entre los ochenta y noventa; y, 3) Los narradores que experimentaron lenguajes y temas distintos, con libertad de fabulación, donde la creación literaria, sus mecanismos, el diálogo permanente entre los propios textos, son lo primordial.
Creo que desde esta perspectiva, Ortiz ubica sus cuentos entre la segunda y la tercera clasificación. Sabemos que muchos escritores que han escrito sobre el tema de la violencia, lo han hecho desde diferentes ópticas, unos comprometiéndome con uno u otro lado, otros denostándola, otros recordándola o simplemente mencionándola. Miguel Gutiérrez, respecto de este tema señala: “Como todo acontecimiento histórico, la guerra interna en el Perú de la década del 80 y primeros años del 90, por su complejidad y dureza, significó un reto para todos los intelectuales, escritores y artistas, no pocos de los cuales se vieron en la necesidad de decir su palabra o de expresarse en las formas que les eran más propias.”
Violencia o guerra interna que se abordó desde la narrativa, la poesía, el cine, las artes plásticas, la música, el teatro, etc. Reitero, aunque sea como una leve reminiscencia y muchos años después, como ocurre en dos cuentos del libro objeto del presente comentario.
No obstante ya adelanté una breve opinión respecto del libro, el cual agradezco al editor y al autor del libro, considero que este momento es preciso y oportuno para reiterar que, Bajo la lluvia muestra una variedad de cuentos con una diversidad temática seleccionada cuidadosamente por el autor, fruto de la experiencia, el oficio y el empleo correcto de los recursos literarios. Con una leve reminiscencia de la década de la violencia en el Perú de los 80’ en los cuentos Número y Tres renglones y una equis, el universo narrativo de la mayoría de cuentos discurre, como en una línea ascendente, desde los pueblos urbanos altiplánicos hacia las urbes de mayor confluencia, donde asoma con nitidez el rostro de la modernidad, en este caso Puno y Arequipa. En el cual, la vida cotidiana, la nostalgia y el amor, son contados desde una óptica diferente, sin caer en el telurismo con que se moteja la literatura escrita en esta parte del sur del Perú.
Por el mismo título del libro, la presencia de la lluvia como telón de fondo es ineludible. No sólo como presencia física. No sólo como la metáfora de la soledad y el desasosiego. Sino también como la muestra de una narrativa actual y escrita con un buen tratamiento del lenguaje. Como las lluvias del altiplano: límpida, sutil y vivificante.
* Luis Edgar Pacho Poma.- Codirigió la Revista de Literatura PEZDEORO. Ha publicado Geografía de la distancia (Lima, 2004) y Horas de sirena (Lima, 2010).

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Artículo tomado del diario “Los Andes”, 13 de marzo 2011.