domingo, 10 de enero de 2016

NOTA AL LIBRO “MÁS AL SUR”





Darwin Bedoya

Este texto aspira a manchar de tinta las manos que lo agarren. Juan Carlos ha escrito este conjunto de historias desde ese territorio imantador que es la búsqueda de temas y paisajes propios, que no se insertan en ninguna corriente, grupo ni tendencia dominante en el panorama actual de la narrativa que se escribe hoy entre nosotros. Más al sur es un libro erigido con la paciencia y el tono de un miniaturista medieval, pero escrito con el mundo actual como trasfondo. Podemos notar que las propuestas de este narrador no se encuentran en la línea de las corrientes virtualmente a la moda, sino que, por el contrario, muestran una atención profunda hacia los asuntos cotidianos de la gente del ande puneño. El autor, con estos siete textos, nos confirma su capacidad para generar atmósferas llenas de arcanos y de sutiles guiños en los que cada gesto está cargado de sentido. Tal vez estas historias sirvan para preguntarnos: ¿Qué es lo verdadero? ¿Dónde termina la ficción? ¿Somos lo que somos o lo que contamos? ¿Qué es la realidad sino un lugar ajeno, un escenario de paradojas que, simplemente, nos parece real? Quizá a partir de estas inquietudes se dé una sucesión de otras interrogantes, de vicisitudes que se van transformando en historias, con el rigor y los riesgos que toda búsqueda auténtica acarrea. Estas historias hablan también sobre el sentimiento de pertenencia y la necesidad de encontrar nuestro lugar en el mundo. Sentimiento y búsqueda que se van entramando con una destreza que muestra el dominio del lenguaje y una estructura atrevida y desfachatada, con una pulsión que concede el fogonazo del asombro, y es que el autor retrata —a veces con fino humor, otras con ternura y unas más de manera despiadada y realista— eso que llamamos «condición humana», al hacer confluir en sus personajes el peso de la historia con ese motor cotidiano que es el deseo en su más articulada expresión. 


viernes, 8 de enero de 2016

A PROPÓSITO DE LA SAGA “STAR WARS”



Juan Carlos Ortiz Z.

Episodio I

A finales de los 70, con nueve o diez años, vi en el Cine Puno “El regreso del Jedi”. Fue una experiencia incomparable tomando en cuenta mi edad y la época en que se exhibió la película. En esos momentos, por supuesto, no había computadoras o celulares, apenas escasos televisores en blanco y negro en la ciudad, que pocos tenían en casa, por tanto, ver una guerra en el espacio exterior, en colores, con la tecnología mostrada en el filme, fue espectacular.
Poco tiempo después de la exhibición de la cinta, como tenía que ocurrir, Coca Cola se encargó de hacer llegar los sables de luz, y como no podía ser de otro modo, tuve uno en mis manos, al igual que algunos de los amigos del barrio.
Imagínense una película así en una ciudad pequeña como Puno, a finales de los 70, con absolutamente nada de industria y menos de tecnología en la región. E imaginen a las personas, que no fueron a ver el filme o nunca iban al cine, ver a un conjunto de niños y adolescentes briosos peleando con sables de luz en las noches, recorriendo los parques de la ciudad en persecuciones destempladas.
Por aquellos años, no lo recuerdo con exactitud, debió jugarse un buen tiempo a buenos y malos, dando gritos y sablazos grotescos, sin ninguna gracia, buscando un objetivo o simplemente ganar una justa. En nuestro caso, me refiero a mí y a los amigos, tratábamos de apoderarnos o defender el pequeño rectángulo en el que se alzaba el monumento al Almirante Miguel Grau, a unos pasos de casa.
Debo confesar que gané muchas batalles entonces, aunque las quejas de mis oponentes habituales (algunos amigos), aguijoneaban mi orgullo con críticas a mi estilo de lucha, con frases como: De cualquier modo no cuenta, a la “chacra” no vale. No tenía por supuesto una técnica pulida con el sable, pero a esa edad, lo importante era ganar, derrotar al lado oscuro, como sea.


Episodio II

Después que Lando Calrissian, en “El retorno del Jedi”, salió de la Estrella de la muerte pilotando el Halcón Milenario, con un grito de júbilo, tras incinerar (el clímax) aquel temido satélite artificial desde su núcleo, me dije: “Es posible esto”. Imaginen los efectos especiales que llenaban la enorme pantalla del cine Puno en aquella época, y lo que puede significar para un niño.
No vi en el cine, en esos años, el primer episodio (“Star Wars. Una nueva esperanza”) ni el segundo (“El imperio contraataca”), razón por la que, al enterarme que un primo mayor tenía el libro del que seguramente se tomó la historia para la filmación del primer episodio, me presté el ejemplar. No recuerdo si leí el libro completo, en todo caso, fue el primer libro que tuve entre las manos.
Recordando aquellos años, y reflexionando desde el presente sobre lo ocurrido, es muy probable que en ese episodio naciera mi interés por el ejercicio de la imaginación, me refiero a concebir y escribir historias, y, más tarde, a quererlas realizar.


Episodio III

No todo lo que brilla es oro. “Para el crítico británico David Thomson —señala Ernesto Ayala en su artículo del 2013 ‘La última época dorada’— el cine (el buen cine) fue herido de muerte el año 1975 con el estreno de ‘Tiburón’ de Steven Spielberg, para terminar rematado definitivamente en 1977 con ‘La guerra de las galaxias’, de George Lucas”. Thomson añade que “todo se vino cuesta abajo desde entonces”, y muchos como él comparten tal opinión, como Kim Newman, critico igualmente británico.
Newman manifiesta, en el mismo artículo, que iniciando los 70, bajo los temas de Vietnam y Watergate, se daba entonces “una ola de introspección americana”, haciéndose extraordinarios filmes (no necesariamente perfectos), con directores que eran ya renombrados o lo serían más adelante. En aquel entonces, lo que podía verse en pantalla, en la puesta en escena o en la fotografía, aún se hallaba vinculada a la realidad, manifiesta Ayala, añadiendo a esto que aquel “era un cine que se tomaba en serio y que honraba el lugar que aún mantenía en las discusiones culturales y sociales” de la época.
Entonces, a partir de la aparición de estas películas (“Tiburón” y “La guerra de las galaxias”) la “época dorada” o el buen cine en Hollywood decae, para dar lugar al nacimiento de las superproducciones, los blockbuster, que tienen como objetivo común, el lograr millones de dólares en taquilla (todo un negocio), bajo la utilización de fórmulas repetitivas en sus argumentos, y con el ingrediente infaltable de los efectos especiales, que muchas veces son el elemento central de estas películas.
Básicamente, este tipo de cine es para niños y adolescentes, en  nuestra opinión, lo que no impide, por supuesto, que los adultos podamos ir a una sala de cine a distraernos en algún momento, pero de ahí a dedicarle a estos filmes tiempo, constituyendo club de fans, convenciones y otros, nos parece una exageración.